Para quedarse
Primero la voz de Vicky Sagárnaga leyendo un texto de Miguel Ángel Toledo, íntimo y sentido, resumen del viaje musical que propondrá la guitarra. Y después la guitarra, coprotagonista de la noche.
Esencial pero no única. Porque sin la intensa sensibilidad con que Jorge Jewsbury la habita, hubiese desleído su imponente presencia. La guitarra y el guitarrista, entonces, en esencial abrazo.
Esa campechana personalidad de Jorge, escondedora de intensidades, es lo primero que se nota. Pero no lo único. Porque enseguida empieza ha sonar la música y entonces todo queda al descubierto.
Por ejemplo, que la forma de pensar y de tocar de Jewsbury puede reclamarle otros ajustes armónicos inclusive a un clásico tan inmovilizado por su belleza como "Las Golondrinas".
Pasan varios acordes hasta que aparece el tema, y varias veces después la figura se desdibuja y vuelve a primer plano, sucesivamente. La audacia armónica y la búsqueda de colores, desborda la guitarra.
Vale la pena escuchar su versión de "P'al que se va": el espíritu de Zitarrosa y la música de Jorge, una perspectiva tan suya y a la vez tan entrañablemente ligada al origen, que por momentos parece asomar el vibrato del uruguayo entre las cuerdas.
Jewsbury no se duerme en los laureles: su música, o el modo en el que concibe la música de otros, quiebra la fórmula con la misma inquietud con la que un científico pretende ir cada vez más al interior del átomo.
Dado a experimentar con semitonos, quiebres de estructuras, y dueño de una mano izquierda que obedece a planes muy secretos de su sonoridad interna, Jorge tiene una forma muy de él para tocar y componer.
Una forma "Yusberiana" como acaso ya sabía Juan Falú cuando le regaló un tema que está en el disco pero no tocó, y como saben seguramente los amigos y grandes músicos que vinieron a acompañarlo.
Entre ellos, Lilian Saba, quien además de su siempre impactante "Malambo libre" tocó junto a Jorge y a Marcelo Chiodi la hermosísima "La Casona", acaso el gran momento musical de la noche.
Uno entre varios: aun resumiendo no puede faltar el momento compartido con la sensibilidad sutilísima de Roberto Calvo, en un arreglo para dos guitarras de su tema "Sonrisal" y en la inmensa ternura de "Hilacha", de Jorge.
Y el tiempo de los de acá: el transido lenguaje de "El alma de la pampa", junto a Toledo y a Jorge Moine en guitarra, y el detalle evocativo de "No hay como lo de Mirizio", con la voz poética de Lili Argañaraz, en compañía.
Como rampa de lanzamiento de un disco, inmejorable. Como perspectiva, el empujón necesario para tomar la dimensión de un músico nuestro, que no está de paso, que toca y crea para quedarse.
Ricardo Sánchez
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